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Reutilio Hurtado envuelto en tremenda temporada. Pese a las reiteradas injusticias que se han cometido con este jugador, el muchacho temporada tras temporada pone buenos numeros en los libros y da lo mejor de si para su equipo.

sábado, 17 de octubre de 2009

¡Y el Mayor no se inspiró!

Prof. Juanito Martínez de Osaba y Goenaga

Algunos piensan que solo poetas, directores de cine, escritores o compositores son tocados por la varita mágica de la inspiración; se equivocan. Los peloteros se inspiran, sienten que si salen al robo de segunda, van a llegar, no siempre lo logran. No podrá negarme usted que es mucho más halagador ser puesto out inspirado. El subconsciente no lo engañó, sencillamente el receptor se inspiró mejor y tiró preciso a la almohadilla. ¡Viva la inspiración!

Pocos profesionales se inspiran más que los managers. Cuando las cosas salen bien, aunque vayan contra la lógica, lo agradecen mucho, o mejor dicho, autoagradecen. Cuando salen mal, dejan de creer en las inspiraciones, las maldicen. Dura poco el enojo; repiten la jugada.

El más inspirado de todos es Servio Tulio Borges, manager con nombre de emperador. En el Mundial de 1969, en República Dominicana, dejó batear al Curro Pérez para decidir contra Estados Unidos, teniendo a Marquetti en el banco. Las cosas le salieron a pedir de boca; si no es así, lo matan. Otro día sustituyó a Rosique por Blandino contra un lanzador derecho en momento cumbre. El matancero había bateado bien, pero El Gallo sacó la bola del parque y ganó Cuba. No siempre tuvo suerte. Veo en Servio a un psicólogo; nadie conoce mejor a sus hombres.

Estadio Augusto César Sandino de Santa Clara, Cuba

Una noche terminamos de jugar en el Augusto César Sandino de Santa Clara, nos dieron pollona, el último fue un juego de casi not hit not run que nos tiró José Antonio Huelga. Sin quitarse el polvo del terreno, los que tuvieron la fatalidad de jugar aquella noche, nos montaron en la confortable Canberra de los años cincuenta.

No sabíamos el destino, solo que jugaríamos contra los Mineros en Oriente. Los orientales son parecidos a los pinareños: acogedores, bebedores, jodedores, en fin, como somos por acá por Occidente. Usted no denota en ellos aires de grandeza, a pesar de ser grandes.

En el ómnibus, El Viejito Pando sentenció:

--Muchachos, abróchense bien el cinturón, porque el viaje es largo.

--Claro que es largo, --oímos al pimentoso tercera base José Shueg.

--De aquí hasta Santiago le zumba el mango.

Lejos estábamos de saber que la próxima subserie sería en Nicaro; para nosotros, donde el diablo dio las tres voces.

Estadio Guillermón Moncada, Santiago de Cuba

Después de pasar horas y horas hasta Santiago, nos esperaban en el Guillermón Moncada. En menos de treinta minutos pasamos para la guagua checa, el viaje por el lomerío nos pareció interminable. Al fin llegamos al pueblo, con aeropuerto y todo, nos llevaron para el albergue. La gente tenía más hambre que sueño. Preguntó el Mayor:

--¿Y aquí cuándo se va a comer?

Felipe respondió:

--Preocúpate por batear, que ya te darán comida.

No pocos se metieron con el gordo, que para eso lo hizo.

En caravana nos llevaron al desayuno-almuerzo. Después, un breve descanso y la voz de Martínez tres veces:

--A las dos en punto salimos para el estadio.

Cuando llegamos el sol rajaba las piedras. ¡Y eso que era invierno! Practicamos fuerte. Después recorrimos el pueblo, fuimos al cine, jugamos dominó y todas esas cosas que hacen los peloteros.

Llegó el martes. A las ocho y treinta de la noche comenzó el encuentro. El acogedor estadio tenía luces débiles, peligro grande para los bateadores, sueño dorado de cualquier pitcher, sobre todo si se llama Orlando Figueredo, célebre por su velocidad y descontrol.

Acostumbrados al terreno, los Mineros jugaban a la perfección, en nosotros reinó el desconcierto. Así y todo, con excelente pitcheo del zurdo Pedro Pérez, auxiliado por Domingo, del mismo apellido, nos enfrascamos en buen duelo; perdíamos por una en el noveno.

Nuestro inspirado manager miró para el dugout. Con expectación, los suplentes esperamos la señal, teníamos un hombre en base. Momento de gran tensión. Bate en mano avanzó hacia nosotros:

--Toma Mayor, ve y dale jonrón.

--El voluminoso toletero cogió el bate, se puso el casco y salió, sin inspirarse, a dar el añorado batazo. Sucedió lo esperado, con mucha dignidad, elevó un palomón; perdimos una por cero.

Las inspiraciones son buenas, cuando el inspirado las completa, no puede una persona hacerlo por otra. Dos cosas estuvieron en contra del deseado jonrón: nuestro manager no podía batear y El Mayor no se inspiró

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