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Reutilio Hurtado envuelto en tremenda temporada. Pese a las reiteradas injusticias que se han cometido con este jugador, el muchacho temporada tras temporada pone buenos numeros en los libros y da lo mejor de si para su equipo.

sábado, 9 de enero de 2010

LA IMPRONTA DE PINEDA





Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga


Hay ciudadanos de nacimiento, que es decir de oficio, otros se ganan el calificativo, o galardón, como queramos llamarle, en su andar por las tierras que los acogieron. Algunos pasan inadvertidos, otros dejan una huella indeleble. Es el caso de José Miguel Pineda, habanero de oficio, cubano de ejercicio y pinareño de corazón; un hombre sin medias tintas. La pelota lo absorbió desde la niñez y nunca pudo apartársele. 
 Pineda fue en Pinar, nadie lo dude, quién nos enseñó a ganar. En la temporada 1976-77 comenzó su andar por Vueltabajo al frente de Los Vegueros, un equipo listo para acceder a la victoria, que coqueteó con ella, pero no había cuajado.





 Muchos no querían un “extranjero” en nuestros predios. Es que en la cola del caimán nos acostumbramos a pelear desde todas las trincheras y contra todas las banderas, por eso pasamos de hazmerreír a campeones en solo once temporadas, recordemos que tuvimos el primer equipo en 1967 y solo ganamos 12 desafíos. Poco a poco, la provincia se entregó al manager que lo dio todo por llevarnos a la cumbre. ¡Y lo logró! Cierto es que teníamos jugadores establecidos como Urquiola, Escudero, Guerra, Roilán, Fernando, Negrete, Lázaro Cabrera, Juanito Castro, el joven Casanova y tantos otros, pero nos faltaba el salto definitivo. A mi juicio, su principal mérito fue impregnarnos la posibilidad real de ser campeones, he ahí la impronta de José Miguel Pineda, un hombre de muchas anécdotas y temple a toda prueba.
 Antes de comenzar la XVI Serie, en una noche de cervezas, me lo presentó mi hermano Catibo, y en poco rato me ganó para su causa. Lo concebía en la estratosfera, y era un cubano de a pie. Allí le escuché sus planes, prodigó las virtudes de Casanova y su decisión de llevarlo al cuarto turno. Cosas de la vida, muchos años después le firmé en su casa, ya enfermo, un ejemplar de El Señor Pelotero. Aquella noche comprendí que estaba en presencia de un profundo conocedor del béisbol. Para algunos su carrera se limitó a llevar las riendas de equipos camagüeyanos, habaneros y hasta de los propios Industriales. Desconocían que Pineda fue un excelente lanzador que se destacó en la pelotaamateur, fue integrante de aquel primer equipo a un torneo internacional en Costa Rica en 1961, que tuvo entre sus filas a hombres como Ricardo Lazo, Jorge Trigoura, Pedro Chávez, Edwin Walters y Alfredo Street. Allí se le acercaron los scouts y firmó como profesional, pero solo firmó. A su regreso participó en aquella histórica reunión convocada por el INDER y presidida por Fidel en la Ciudad Deportiva, donde se dio el tiro de gracia al profesionalismo. Pineda no titubeó, puso su hoja de servicios a disposición del nuevo deporte, junto a Lacho Rivero, Emiliano Tellería, Asdrúbal Baró, Remberto Concepción, Manuel Godínez y otros.
El Conde, como lo llamaron sus allegados, comenzó a trabajar con Los Vegueros en la temporada 1976-1977 y reeditó la hazaña de Catibo dos años antes, con un muy decoroso segundo lugar. El 20 de febrero de 1978, supo ubicarnos en la cima, los pinareños pudimos celebrar, por fin, el tan ansiado título de campeones. El pueblo, convertido en un haz, salió a brindar por su equipo en una de las jornadas más alegres que se recuerda en nuestra provincia. Y a la cabeza de aquella nave fundadora andaba José Miguel Pineda. Después repitió en la XX. También se coronó en 1979 y 1980 en Series Selectivas, las mismas que nunca debieron desaparecer; cuatro años consecutivos dándonos tanta gloria. Su andar al frente del Equipo Cuba también fue brillante. Cuanto tocó lo elevó a la cumbre, cual rey Midas sin el dinero que nunca le importó.


En 1981 terminó su andar oficial por nuestras tierras, cedió el pasó a Jorge Fuentes, su alumno predilecto, quien también se coronó en la XXI; a partir de allí comenzó a tejer Jorge su envidiable leyenda. Para algunos, los métodos heterodoxos de Pineda no fueron los mejores, que si descuidó la disciplina, jugadas inesperadas y otras cosas. Quizás tengan algo de razón, pero nadie puede dudar de su impronta, sin pedir nada a nadie ni buscar prebendas, solo con el amor por la pelota y un pueblo que lo acogió como suyo. Alguna vez más lo vi en su casa, con la mirada perdida y el mismo rostro de pensador profundo. Los ojos se le encendían cuando invocábamos a Casanova, solo decía: “¡Qué pelotero!”, y movía la cabeza a ambos lados.

 Todos los que estuvieron a sus órdenes, sin excepción, lo invocan con admiración y le rinden tributo como el  manager que más profundo dejó su huella en los peloteros como padre y amigo.
Pineda, puedes descansar en paz. Cuando repiquen las campanas beisboleras en esta bendita tierra de Occidente, tú estarás en la cumbre, te lo ganaste a golpe de corazón.


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